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EDAD MODERNA: CONSOLIDACIÓN

A lo largo de la Edad Moderna la entrada de los toros en la capital navarra fue adquiriendo personalidad propia y poco a poco se diferenció de la corrida vespertina. Esto fue fundamental para su propia supervivencia, ya que, cuando llegó el ferrocarril, dejó de ser necesaria la entrada de los toros a pie, pero el acto se mantuvo porque ya estaba arraigado en Pamplona.

Durante los siglos XVI, XVII y XVII, los toros entraban por la puerta de la Rochapea, subían la Cuesta de Santo Domingo y, tras atravesar la Plaza de la Fruta (actual Plaza Consistorial), la calle Mercaderes y la Chapitela, finalizaban su recorrido en la Plaza del Castillo, habilitada como coso taurino. La manada iba dirigida por un abanderado a caballo y un empleado del ayuntamiento que despejaba el camino, seguido de otro a caballo que, mediante el clarín, anunciaba la llegada de los animales a la ciudad.

Los pamploneses, armados con garrochas o palos punzantes, defendían sus propiedades durante el paso de la manada. De este modo, y poniendo mantas en las bocacalles, procuraban que los morlacos no se desviaran de su trayecto. Mientras, los más valientes aún corrían muy lejos de los astados.

En el año 1717, el ayuntamiento de Pamplona, que durante años había proporcionado garrochas a los vecinos, prohibió su uso argumentando que los animales llegaban al coso en mal estado. Más adelante, en 1776 se sustituyeron las mantas de las bocacalles por vallado, lo cual incrementaba la seguridad ciudadana.

Desde entonces hasta mediados del siglo XIX, no se llevaron a cabo modificaciones importantes en este espectáculo tan peculiar.

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